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El Telégrafo
Jorge Núñez Sánchez - Historiador y Escritor

Nuestra 'Isla de paz'

20 de abril de 2017 - 00:00

Hace unas décadas, mirando el estremecedor panorama regional de aquel momento, convulsionado por el largo conflicto civil colombiano y la atroz guerra irregular que había en el vecino Perú, alguien dijo que Ecuador era una ‘Isla de paz’ en el norte sudamericano.

Sin duda fue la acuñación de una frase feliz, que reflejaba una evidente realidad geopolítica, en la que Ecuador destacaba como un remanso de tranquilidad, pese a las inequidades sociales que pervivían en su interior. Pero detrás de la frase había algo más que palabras: existía una reflexión que apuntaba a las raíces profundas de ese modo de ser ecuatoriano, por el que la inmensa mayoría de su población buscaba resolver sus dificultades y conflictos por la vía de la paz y la democracia y no por la vía de la violencia.

Con el paso de los tiempos, esa denominación de ‘Isla de paz’ fue convirtiéndose en una idea-fuerza de Ecuador y el país entero tomó conciencia del valor de la paz como modo de vida y de la democracia como mecanismo de resolución de las dificultades políticas. Es cierto que hubo grupos que alzaron el pendón de la rebeldía armada contra el injusto sistema social prevaleciente, pero lo cierto es que no encontraron una amplia base social que sustentara su lucha. El pueblo ecuatoriano ansiaba una opción democrática y pacífica, una opción política de masas, para efectuar los cambios sociales y políticos que anhelaba.

Creyó hallarla en el populismo de Bucaram y se encontró con una bufonada, por lo que terminó descartando esa salida y derrocando al bufón mediante una movilización de masas. Lamentablemente, la partidocracia usurpó esa lucha popular e impuso el gobierno gris y corrupto de Alarcón. Luego el pueblo creyó en los cantos de sirena de la democracia cristiana y votó por Mahuad, que como remedio resultó ser peor que la enfermedad, pues nos dejó una secuela de miseria y una estampida migratoria. Advino otro derrocamiento ejecutado por las masas populares y luego otra oscura salida política, esta manipulada por los jefes militares, la banca y los empresarios ‘dolarizadores’.

Lo que es más: de esa zafacoca salió un ‘populismo militar’, que luego promovió y llevó al poder al coronel Gutiérrez, quien de inmediato se puso al servicio de la oligarquía y el imperio. El pueblo, sintiéndose traicionado, lo derrocó por medio de la más directa democracia, esto es, saliendo masivamente a las calles, aunque la partidocracia usurpó otra vez la lucha popular e impuso una salida conservadora.

Y así llegamos a la Revolución Ciudadana, que, vista en perspectiva histórica, vino a ser la culminación de esa lucha democrática y pacífica del pueblo ecuatoriano por transformar la realidad nacional.

Gracias a ella y bajo el liderazgo de Rafael Correa, hemos tenido una larga década de paz creativa, de estabilidad política, de desarrollo económico y progreso social, de resolución de viejas injusticias y de nuevos problemas. Y al concluir esta década, ganada al atraso, a la injusticia y a la marginalidad, el pueblo ha resuelto mayoritariamente continuar adelante con la Revolución Ciudadana.

En medio de este panorama esperanzado, hay quienes pretenden eternizar artificialmente el enfrentamiento de la campaña electoral. Es un esfuerzo ruin y condenado al fracaso, porque el pueblo ecuatoriano no permitirá que un grupúsculo de malos perdedores violente la tranquilidad social de nuestra recuperada ‘Isla de paz’. (O)

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