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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

Neoliberalismo heterodoxo

04 de noviembre de 2016 - 00:00

La ortodoxia neoliberal exige no tener déficit fiscal: no hay que gastar desde el Estado, no hay que emitir moneda, por ello, llama la atención el enorme déficit que hoy padecen Brasil y Argentina, ambos gobernados por partidos instalados en posición ideológica privatista y antipopular.

Ese es el mundo del revés al cual Carlos Marx refería con el fenómeno del fetichismo. En ese mundo parece que la inversión privada produce al trabajo, y no este al capital privado. Parece que lo que importa de un producto es el valor de cambio, en vez del valor de uso. Mundo invertido, en nombre del cual se le puede otorgar en Guayaquil un premio a la libertad de prensa a un periodista servil a la Casa de Gobierno argentina, y ya desde antes a los dineros de un grupo mediático hegemónico. Mundo del cual se espera que los empresarios ‘derramen’ espontáneamente ganancias hacia los sectores populares, hecho jamás verificado.

En el caso de estos gobiernos se agregan nuevas perplejidades. Han desplazado a administraciones populares, que mejoraron la vida social por vía de la intervención y redistribución estatal. Encuentran gasto que, si lo recortan frontalmente, daría lugar a enorme rechazo político; no pueden interrumpirlo de golpe. A la vez, se complican quitando impuestos a los más poderosos -tal como hizo Macri respecto a las retenciones a mineras y cerealeras-, con lo cual las entradas de dinero al Estado disminuyen. Expulsan de empleos estatales a adversarios políticos con el pretexto de que son militantes opositores y de que el Estado debe adelgazarse, y luego llenan esos cargos -más algunos nuevos- con sus propios militantes y seguidores, con lo cual hieren el pacto con la sociedad por un lado, y aumentan el gasto por el otro.

Temer cree que con una insólita ley para impedir el déficit por veinte años (???) podrá resolver esta sangría; lo cierto es que -si logra algo de la incumplible meta que se ha fijado- el costo político lo tendrá su gobierno, y el rédito, muy probablemente, sea para Lula y Dilma, con quienes el contraste se hará evidente ante la caída de los apoyos y servicios a las clases populares.

Macri ha bajado notablemente los salarios, y hay 150.000 puestos de trabajo perdidos en la actividad privada, cuya producción ha caído en picada durante todo este año. Ha lanzado fuertes tarifazos en los servicios (luz, gas, etc.), lo que sostiene una alta inflación, complicada con recesión.

Curiosamente, todo eso se combina no con un enorme ajuste estatal sino con un alto gasto, pues el gobierno sabe que si lo disminuye más -como lo ha hecho en algunas áreas, caso Ciencia y Técnica-, la protesta social puede hacerse inmanejable.  

Resultado: como el gobierno argentino no quiere emitir, sostiene todo esto con un endeudamiento externo enorme y creciente. Cuarenta mil millones de dólares en 2016, y se presupuesta algo similar para 2017. Como se ve, para mantenerse en el gobierno hay que apartarse de la ortodoxia, hacia una tierra de nadie que -a mediano plazo- tiende a no dejar satisfechos a tirios ni a troyanos. (O)

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