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El Telégrafo
Alfredo Vera

Latinoamérica, continente de paz

04 de julio de 2017 - 00:00

El martes 27 de junio es un día histórico para nuestro continente y un ejemplo para el resto del mundo, cuando el gobierno del presidente Santos dio por recibidas las armas que fueron entregadas a la Comisión de las Naciones Unidas, encargada de recibirlas, para sellar el proceso con el que culminan seis décadas de conflictos que eran, aparentemente, insolubles.                              

La importancia de tal acontecimiento es que la mayor parte de Sudamérica puede gozar de un ambiente de tranquilidad y de trabajo productivo, excepto Venezuela, la patria de Bolívar, que se encuentra convulsionada por el intervencionismo de fuerzas externas, auspiciadas por el gendarme universal, el régimen de Estados Unidos.                               

La sede de los migrantes que quieren saltar a EE.UU y la mayor parte de las mafias traficantes de drogas, además de la falta de tino de algunos gobernantes para tratar a la oposición, hace que México sea un país afectado por la conflictividad.                               

La OEA perdió su autoridad moral desde la época de las dictaduras oprobiosas militares, que llenaron los campos y las calles de las ciudades, con sangre de gente joven, que salió a luchar en contra de ellas y por el rescate de la soberanía de los pueblos de nuestra América.                               

Las otras organizaciones que aglutinan a los países del continente, por el desarrollo de la economía, la ciencia y la tecnología, la cultura y las artes, etc., etc., funcionan con loable regularidad.                              

Unasur tiene su sede en Quito y ha logrado éxitos en su gestión de aglutinar y promover una efectiva unidad entre los países miembros.                               

Esa importante labor debería encarrilarse a la búsqueda de una solución pacífica al interior del hermano país de Venezuela, complementando la labor que puede cumplir el Sumo Pontífice de la religión católica, creando un mecanismo amigable de solución a ese conflicto, que está generando enormes daños a la paz del continente.

No se trata de intentar dar la razón a ninguno de los contendientes: lo justo e inteligente sería mediar un diálogo entre las partes y proponer una solución razonable, comenzando por el cese de las hostilidades y de la violencia, cuidando de no caer en el mismo error que comete el imperio norteamericano que, bajo el régimen de Obama, declaró al Gobierno de Venezuela como enemigo de la democracia, o el régimen de Trump, que pretende dictaminar la solución a ese conflicto, pecado que fue repetido por la OEA, la que agravó la crisis, sin encontrar solución alguna.                               

Quizás, una intervención conjunta de Unasur y el Vaticano podría convertirse en camino adecuado para reunir a las partes, si así ellas lo aceptan, sin lesionar a ninguna de las dos.                               

Debemos comprender que la paz de Venezuela es el ingrediente que falta para que haya tranquilidad en esta región y pueda hablarse de la existencia de un continente unido en los ideales de Bolívar y demás próceres de nuestra independencia. (O)

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