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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

La última carta del 'Che'

12 de octubre de 2017 - 00:00

“Queridos viejos: Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo”, escribía en la carta de despedida a sus padres, el 1 de abril de 1965, Ernesto ‘Che’ Guevara, y recalcaba el hijo pródigo, como se nombraba: “Acuérdense de vez en cuando de este pequeño condottieri del siglo XX” (la palabra en italiano refiere a los condotieros, mercenarios medievales, que consideraban a la guerra como un arte).

El propósito de Cervantes al escribir sobre el Caballero de la Triste Figura era una crítica a las novelas de caballería, ahora podemos constatar -también por la guerra de las imágenes siguiendo a Serge Gruzinsnski- que el ‘guerrillero heroico’ puede servir para muchos fines, como la famosa fotografía del ‘Che’, tomada y liberada por Alberto Korda, que ha sufrido un vaciamiento de su contenido, asimilada por la cultura de masas que la exhibe en camisetas. “Yo también tengo un afiche de ustedes. F. ‘Che’ Guevara”, se leía en un grafiti.  

Una mezcla de héroe romántico o Quijote, de paladín para quienes se han apropiado de su imagen o simplemente de souvenir, porque siempre existirán lecturas de sus proezas o vilezas, desde el lugar del río donde miremos su figura. “En los dos últimos años de su vida, Ernesto Guevara personificaba al revolucionario desolado, el ‘perdedor radical’ de que hablara Hans Magnus Enzensberger: el soldado que va a la batalla sospechándola perdida de antemano”, escribe Rafael Rojas, en El País. Y, claro, era más que eso porque quedan pendientes sus disputas con la línea prosoviética en Cuba que, a la postre, lo llevaron a las ‘aventuras’ en el Congo y Bolivia.

Bolívar Echeverría escribió en 1967 sobre el ‘Che’ y la construcción del ‘hombre nuevo’: “La rebeldía, el romanticismo (en un sentido estricto, no en el de una novela banal) y la aventura -el pecado original, según la opinión de los pseudocomunistas- que caracterizan su juventud fueron resultado de una proletarización ética”.

Tras 50 años, los símbolos entrecruzan personajes. Así, en la obra de teatro Ladran Che, de Carlos Alsina, de influencia cervantina, el uno va por los caminos de La Mancha (con lanza, escudo y yelmo) y Rocinante, el otro lo sigue por la selva (con una mochila-botiquín) y una motocicleta, en su primer viaje, para buscar “una esperanza que nunca acaba, un medio para ponerse a salvo del olvido”.

Ernesto Sabato, siguiendo la carta a sus padres de tono medio en broma, habla sobre su ideal escondido: Don Quijote: “El hombre puro de corazón, lanza en ristre y coraje invencible, no solo para enfrentar a la mediocridad de los acomodados y razonables, pronto a luchar en medio de risotadas por los desamparados, por los humillados y ofendidos.

El ideal de un caballero español, encarnado ahora en un hombre que antes que nada era eso: un hidalgo pobre de una raza inmortal, un joven, enfermo y generoso hidalgo dispuesto a enfrentar a los poderosos y mezquinos”. Hay un hombre que nos mira desde la selva, escribió Julio Cortázar. El ‘Che’, acaso, ya no sea el que andaba por las calles populosas, como Don Quijote ya no combate con Amadís de Gaula. (O)

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