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El Telégrafo
Pablo Salgado Jácome

La hora de la crítica y la autocrítica

29 de septiembre de 2017 - 00:00

“La gente te pide opinión, pero quiere elogios”, decía W. Somerset Maugham. Y tiene razón. Más aún en un país en el cual el ejercicio crítico -y autocrítico- no es precisamente una tarea cotidiana. Por el contrario, al mínimo atisbo de crítica lo asumimos de modo personal y afloran los resentimientos y los enojos. Y no me refiero solo a la crítica artística, sino a la política, al servicio público y a la vida misma.

El ejercicio crítico -y autocrítico- tiene que ver con escuchar, con escucharnos. Tiene que ver con dialogar y tiene que ver con la valentía de atrevernos a desnudar -y desnudarnos- públicamente; a mostrarnos con nuestros defectos más rotundos. A despojar al otro de sus vistosos ropajes para mostrarlo tal cual es. Y sí, a Ecuador le hace falta un gran baño de verdad.

Es cierto que Ecuador se acostumbró a vivir sin crítica -ni autocrítica- y desaparecieron casi todos los espacios para su ejercicio. Recordemos, por ejemplo, que las revistas culturales que existían hace 10 años, desaparecieron. Y es en las revistas independientes en donde precisamente surgen las nuevas ideas, aquellas que provocan y cuestionan. Apenas si el suplemento Cartón Piedra, de EL TELÉGRAFO, circula como un único espacio crítico en los medios de comunicación del país. Meritorio, sin duda, y ya va por la edición 308, aunque con cierta frecuencia cae también en ese círculo tan pegajoso de los elogios, sobre todo cuando se dedica a publicar los comentarios que se leen en las presentaciones de libros o inauguración de exposiciones.

En las redes sociales -en general pobladas de groserías e insultos- han surgido proyectos que al menos alivian la escasez. En unos casos como espacios de ejercicio periodístico y en otros como ejercicio crítico. Por ejemplo ‘Paralaje’, dirigida por Ana Rosa Valdés, por citar solo un magnífico espacio que bien vale la pena leer.

“Un buen escritor no es per se un buen crítico literario, así como un borracho no es automáticamente un buen barman”, sostenía Jim Bishop. Y Sidney Smith afirmaba, con ironía: “Nunca leo un libro antes de hacerle la crítica”. En cualquier caso, el proceso que vive actualmente Ecuador nos debe llevar a ejercer la crítica -y la autocrítica- como una herramienta necesaria para mejorar la gestión pública, en unos casos. Y en otros, como un instrumento para terminar con la complacencia y el elogio mutuo, convertidos en deporte nacional.

“La única crítica es la situación”, decíamos hace más de 10 años. Es verdad que Ecuador ha cambiado, basta abrir los ojos para comprobarlo. Pero no todo está bien; los errores -en unos casos, horrores- son evidentes. Por ello, precisamente, es necesario -imprescindible- el ejercicio crítico, honesto y valiente. El propio presidente Lenín Moreno ha realizado un llamado a ejercer la crítica, sana y constructiva. Y como debe ser.

Aunque G.B. Shaw sostenía: “La crítica tiene una ventaja sobre el suicidio; en el suicidio usted se las agarra con usted mismo, en la crítica, con otro”. Y eso sí, recordemos que, como señala Logan Pearsall Smith, “todo autor, por modesto que sea, guarda una tremenda vanidad encadenada como un loco furioso en la celda acolchada de su pecho”.

Seamos críticos -y autocríticos-, hagamos lo imposible. (O)

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