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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

La edad de la droga

10 de octubre de 2016 - 00:00

Que los colombianos hayan votado ‘No’ en el plebiscito (contra el Acuerdo de Paz firmado entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la dirigencia de las FARC-EP) ha estimulado un sinnúmero de interpretaciones enfocadas, sobre todo, en legitimar el estado de derecho que regla su sociedad desde hace décadas.

El miedo, las maniobras mediáticas y unas extremas condiciones de violencia en que su población –urbana y rural- ha logrado vivir (y morir) marcan una realidad irrepetible en América del Sur, pues la naturalización de pactos tácitos entre grupos que articulan varias versiones del crimen organizado y la normatividad fragmentaria aunque funcional de ciertos espacios estatales, consiente la connivencia de modos de pensar y actuar dentro de lo que en una sociedad moderna se llamaría democracia pero que en Colombia ha adquirido el estatuto de una minoría de minorías que habilita leyes y desafueros.

Así, la democracia colombiana padece de un malestar histórico, mejor dicho, está atrapada en un estadio de su evolución social que la coloca en una edad letárgica: la edad de la droga. Pero no por la producción o tráfico de estupefacientes sino por la secuela inveterada de un inducido sopor colectivo que ha impedido a su pueblo remontar formas y relaciones sociales que pugnan por eternizarse; esto referido, por ejemplo, a la propiedad y/o utilidad de la tierra. En el desarrollo del capitalismo la propiedad de la tierra, en sus distintas expresiones concretas y simbólicas, ha sido un tema medular porque fue determinando –a través de siglos- jerarquías familiares, autonomías nacionales o soberanías políticas y económicas. En Colombia eso está en carne viva y en las discusiones de La Habana la cuestión no se pasó por alto ni se la despachó sin más. El propio negociador Humberto de la Calle confesó haber aprendido tanto de su país en esas negociaciones que una enseguida piensa en lo útil que puede ser tener contradictores o disidentes en una sociedad no satisfecha con su organización.

La edad de la droga también significa ganar un Premio Nobel de la Paz. En primera instancia parecería que el galardón busca darle oxígeno a la ratificación del Acuerdo o la contingencia de introducir enmiendas en puntos específicos; pero también el premio apunta a legitimar el estado de derecho que hizo posible que las partes se pongan a dialogar en contextos de conformidad: el gobierno tiene la cohesión y la coerción y la guerrilla hizo prevalecer su capacidad beligerante; así pudieron avanzar los acuerdos.

Si fuera así este Premio también cumpliría una función política. Pero bien se sabe que el resultado más grave de la edad de la droga en Colombia es la inocultable despolitización de su sociedad. Los porcentajes de abstención (voto facultativo) muestran más que apatía, revelan el fruto de dejar en manos de unos pocos la obra de la democracia de todos.

La edad soporífera de la política, o la edad de la droga, pasará cuando Colombia rediseñe su democracia o le apueste a una Asamblea Constituyente en la cual sí se advierta que la paz es un valor social superior a la modorra democrática de los uribes, de los santos y de los espíritus de Macondo. (O)

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