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El Telégrafo
Oswaldo Ávila Figueroa, ex docente universitario

La corrupción y su real dimensión

19 de agosto de 2017 - 00:00

Como la oposición no ha podido detener el proceso de cambio, indaga nuevas estrategias y espacios para seguir en su frustrada tarea, y para ello, ya abandonó, a manera de tregua, la muletilla por la defensa de la libertad de expresión y ahora pretende con el descarado apoyo de la prensa privada,  liderar la lucha contra la corrupción, problema social que sacude, intensamente, a la sociedad universal, desde tiempos pretéritos, la partidocracia, casi extinguida, por la falta de líderes auténticos e íntegros, se alista con los mismos rostros de siempre a promover frente de lucha contra fantasmas, reuniones de políticos de triste recordación con ridículas promesas que nunca cumplieron en su oportunidad y acciones belicosas, en otro intento por recuperar hegemonía, poder y prebendas, con el auxilio de la prensa comercial, que hoy, en armado complot, exhibe a los aventureros, como los grandes de ayer, salidos de sus escondites, ávidos de pescar algo en el río tormentoso de la política.

Solo para recordar y evitar que el problema de la corrupción se lo conciba en una sola dirección, sin considerar su dimensión. Su significación abarca variantes de conductas deformadas y peligrosas: Alterar la forma de alguna cosa. Echar a perder, depravar, dañar. Sobornar a alguien con dádivas. Pervertir o seducir a una mujer o a un menor. Engaño, yerro o falsedad en lo que se escribe o propone. Es evidente, que la corrupción es un azote que afecta a toda la sociedad  y que se requiere de un certero, eficiente y decidido tratamiento global e incursionar en sus causales, para atenuarla, por lo menos, hasta su exterminio, como si se tratara de una enfermedad, aparentemente, incurable.

Los corruptos operan, generalmente, en el silencio, en el sector de los poderosos y oficial, mientras los de menor cuantía rayan en el escándalo periodístico y la persecución implacable. En el inicio de la era del Buen Vivir se dieron acertados pasos para enfrentar a la corrupción, mediante severo control  y la expedición de leyes de educación y comunicación, proyectadas a evitar desvíos de conducta y regular el funcionamiento de los medios y otras instituciones, a fin de que ciertos periodistas no confundan crítica por injuria y comenten basados en rumores y mentiras.

Se terminó con el secuestro de la educación en sus tres niveles, y sus males en el manejo fraudulento de los concursos para plazas de docentes, venta de nombramientos y folletos y el acoso a cambio de aprobación de asignaturas y pases de año. Los focos de corrupción de la Policía Nacional han ido desapareciendo, paulatinamente, a base de severas medidas, como la separación de las filas en los casos de soborno. Hoy la institución luce modernizada con el aplauso y confianza ciudadana.  Los politiqueros, sin norte, alineados en la derecha, tras disfrutar del feriado neoliberal, sucumbieron con la llegada del régimen del Buen Vivir.

Hoy, salen de su encierro, se autodenominan defensores de la democracia, la libertad y la honradez y pretenden con la complicidad de los medios comerciales, convertirse en los abanderados de la lucha contra la corrupción, sarcásticamente, si ellos, en su oportunidad nada hicieron por tratar esa lacra social, y más bien, como audaces, creen que con esa muletilla podrían llegar con ínfula a la próxima justa electoral.   

El presidente de la República, Lenín Moreno, de acuerdo a sus principios ideológicos y éticos y leal con el pueblo y la patria, referente al escándalo caso Odebrecht, ha reiterado su indeclinable lucha, sin cuartel, contra la corrupción e insistido en la contribución de todos en la gran cruzada por el imperio de la justicia. En esa línea se inició el régimen del Buen Vivir y es lamentable que hoy, rabiosos y jubilados del quehacer partidista pretendan erigirse en conductores de esa lucha en su afán por volver al neoliberalismo. Recuerden que el mandatario condena el odio, impulsa la unidad nacional y promete mejorar la calidad de vida de los postergados.(O)

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