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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

Julio Jaramillo, identidad y elecciones

10 de febrero de 2017 - 00:00

Julio Jaramillo, ese extraordinario ‘ruiseñor’ de los años cincuenta y sesenta, es un cantor de los pobres. De los pobres de toda Latinoamérica. No solo por su cuna humilde o por el modo en que inició su carrera artística; porque es parte de la identidad colectiva de aquellos que se sitúan en la espera interminable, en el no tiempo de la desesperanza sin futuro, y que se reflejan en su cadencia tristona y sus letras sobre abandono e imposibilidad.

El cantor de aquellos pasillos, boleros y valses memorables, fue con el tiempo decantando en la conciencia de los de abajo de todo el continente, ese que él llenó con su presencia y sus discos, por entonces objetos frágiles y quebradizos. Como me dijo un amigo hace pocos años: “Cuando lo escucho, recuerdo aquellos parques de diversiones de la infancia”, sitios de los apartados, de juegos baratos y ya por entonces anticuados, de módicas diversiones para quienes tienen vedado el acceso a los salones elegantes.

En tiempos en que la vida me puso en ciudad de México, la por entonces empleada doméstica de nuestra casa llegó con un casette de Jaramillo. Ella, campesina, una entre tantas de aquellas lanzadas sin remedio a sostenerse en el furor de la enorme ciudad, acompasaba su trabajo y su tristeza con la voz del cantante que la consolaba, a su manera: la de poner voz al infortunio. “Solito yo me tengo que morir, pobre de mí”.

No es que los ricos no lo hayan escuchado; pero es que perduró entre los pobres porque de ellos son el dolor y la espera. Esos pobres que -con ‘JJ’ se demuestra- se identifican en su propia historia, en su propio lenguaje. Esos que no recorren los mismos gustos y estilos de los privilegiados de la historia.

Los pobres, entonces, saben quiénes son. Lo que no saben -tampoco yo- es a quién hubiera votado hoy Jaramillo; si bien alguien rememora de él una ‘Marcha guevarista’ que no era una referencia al ‘Che’ sino a Carlos Guevara Moreno, también un hombre de izquierda. Pero no es ese el punto. Es que los de abajo saben con quién han estado mejor, dónde han tenido más salud y educación; saben que no es la derecha la que ha solido respetar sus derechos. Saben cuál es el lugar de los de abajo; el que se acurruca en la música del lamento, pero también se encuentra en la reivindicación de la movilización y la política.

Allí están, entonces. No es que sean inmunes a campañas mediáticas y engaños programados. Pero -en su mayoría- reconocen cuál es su lado de la historia. Y cuánta de la añeja tristeza pueden haber superado en estos últimos años. (O)

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