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El Telégrafo
Rodolfo Bueno

¿Hay salida de un callejón sin salida?

29 de agosto de 2017 - 00:00

No la tiene fácil el presidente Trump, debe sacar a su país del atolladero en que se encuentra, donde han olvidado el pensamiento de Jefferson de que “todos deben tener en cuenta el siguiente principio sagrado: Aunque la voluntad de la mayoría siempre prevalece, la minoría posee los mismos derechos, los cuales están amparados por la misma ley, y violar sus derechos es un acto de opresión”. Con más razón, este principio se rompe cuando la minoría perdedora decide arrojar de la Casa Blanca al ganador o eliminarlo físicamente, sin importarle el riesgo de una guerra civil.

La situación se complica cuando, para lograr este propósito, a esa minoría se le une la mayoría y, más todavía, cuando parte de esa mayoría, que se supone es el principal sostén de Trump entre la población civil, es una sarta de imbéciles que espera que su caudillo “sea mucho más racista” y ejerza una violencia que les ayude a difundir sus ‘ideales’; alguien que se parezca a Trump, “pero que no entregue su hija a un judío”, porque no pueden “ver al bastardo de Kushner (el yerno de Trump) caminar con esa hermosa muchacha (Ivanka)”. Por eso, amenazan con matar a ese tipo de personas. Con amigos así, para qué enemigos.

Y ya no importa que Trump prometiera restablecer la ley y el orden, que condene en términos duros y ofrezca castigo ejemplar para los responsables de “la escandalosa muestra de odio, intolerancia y violencia” que se dio en Charlottesville, enfrentamiento racista que terminó con el ataque terrorista de un conductor que atropelló a la multitud, mató a una mujer e hirió a 19 personas; ni que ahora sostenga que “el racismo es malo y los que causan violencia en su nombre son criminales y matones, incluido el KKK, los neonazis, los supremacistas blancos y otros grupos de odio a los que repugnan todo lo que valoramos como estadounidenses”; tampoco que se lamente de que con la remoción de los monumentos en memoria a los héroes del bando confederado de la Guerra Civil “desaparezca la belleza”, lo que conlleva que por estas demoliciones “se va a hacer trizas” la cultura estadounidense.

Nada de eso importa, porque sus enemigos lo van a acusar de estar aupado por estos movimientos racistas, con cuyos apoyos ganó la elección presidencial, que son quienes hacen el llamado a “hacer otra vez a América grande” y que lo presionan para que cumpla sus amenazas contra los afroamericanos y los inmigrantes, sin que les importe que se profundice el problema racial existente. Por lo tanto, son pertinentes las siguientes preguntas a Trump: ¿Cómo pretende establecer el orden mundial si a lo largo de EE.UU. reina un desorden que puede desembocar en una guerra civil? ¿Por qué baraja la opción de invadir Venezuela, acaso para evitar que el caos endemoniado se entronice en EE.UU.? ¿Cómo así busca resolver el problema de Corea mediante una guerra atómica, que no desean ni sus más firmes aliados? ¿Cómo combatir en su país a los movimientos de ultraderecha, si EE.UU. les da sustento a nivel mundial y los legaliza en su territorio? Si sus contrincantes son malos y sus aliados, peores, ¿cómo piensa gobernar?, ¿tal vez con una dictadura? Nadie conoce las respuestas.

Es preocupante el creciente racismo y su proliferación, la violencia racial, la xenofobia y el odio que se dan en EE.UU., fomentados por camarillas de radicales que no controla el Gobierno. Las autoridades deben vigilar a las más de mil agrupaciones de fanáticos nacionalistas y evitar la organización de manifestaciones que inciten a la violencia racial y degeneren en choques como el ocurrido en Charlottesville. Por algo, Jefferson temía por su país cuando recordaba que “Dios es justo y que su justicia no estará siempre en calma”. (O)

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