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El Telégrafo
Melania Mora Witt

Guernica: 80 años

22 de abril de 2017 - 00:00

El 12 de julio de 1937, al inaugurarse la Exposición Internacional de París, un pabellón produjo conmoción en los asistentes. Allí, la II República Española exhibió junto a las obras de los pintores Joan Miró, Alberto Sánchez y Julio González y una escultura de Albert Calder, un cuadro que en sus dimensiones (3,5 m de alto por 7,80 de largo) exponía ante el mundo, en forma simbólica, el martirio del pueblo ibérico. En él, Pablo Picasso, director honorario del Museo del Prado de Madrid, inmortalizó a la ciudad vasca Guernica, que el 26 de abril de ese año fue destruida por el bombardeo consumado por  la Legión Cóndor Alemana y la Legionaria Italiana en el marco de la alianza de sus gobiernos con Franco.

Ese bombardeo dirigido contra la población civil causó cientos de muertos. Se lanzaron bombas explosivas e incendiarias y se ametralló a la población que huía. Años después, Goering dijo -ante el Tribunal de Nuremberg que lo juzgaba junto a otros jerarcas nazis por crímenes de guerra- que “la guerra civil española sirvió como prueba para su joven aviación”. El comandante Richthofen, que comandó la operación, escribió satisfecho que, después de ella, “Guernica quedó asolada”. En 1996 el presidente alemán Herzog pidió perdón al pueblo vasco por el crimen cometido, asumiendo en forma pública la responsabilidad alemana.

Al cumplirse 80 años de la ejecución de la obra, una amplia exposición está abierta en el Museo Reina Sofía de Madrid. La obra picassiana experimentó el  mismo periplo que miles de exiliados españoles tras el triunfo del fascismo en ese país. Recorrió museos del norte europeo e Inglaterra para reposar durante muchos años en el  Museo de Arte Moderno de Nueva York, de donde retornó a España en 1981 a inicios de la democracia, tras la muerte del dictador.

Picasso había dicho respecto de su obra: “No, la pintura no está hecha para decorar habitaciones. Es un instrumento de guerra ofensivo y defensivo contra el enemigo”.  Desde entonces, múltiples homenajes a la ciudad y a la obra que la inspiró se han hecho en el mundo. Poemas de Blas de Otero y Gabriela Mistral fueron, entre otros, parte de la protesta ante la masacre ejercida en una localidad ancestralmente considerada como un símbolo del pueblo vasco.

La historia termina por poner los sucesos en su justo sitio. La alcaldesa Manuela Carmena, de Madrid, ha planteado la reivindicación de nombres y hechos que la dominación franquista impidió durante casi 40 años. La nomenclatura de calles y plazas de la capital española mostrará los nombres de eminentes figuras republicanas, reemplazando las que quienes cometieron múltiples arbitrariedades. Entre ellas ha planteado el cambio de la que lleva el nombre de Millán Aztray, célebre por haber lanzado contra Miguel de Unamuno, en la universidad de su rectoría en Salamanca, una escalofriante amenaza: “Abajo la inteligencia; viva la muerte”, que parece ser la consigna de muchos en los múltiples frentes de guerra abiertos en el mundo hasta hoy.

Algunos gobiernos no aprenden. Acaban de lanzar la ‘madre de todas las bombas’… (O)

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