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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

Estilo y diálogo hoy

29 de mayo de 2017 - 00:00

Ha iniciado otra etapa política en el Ecuador. El quid de esa renovación consiste en que un ideal nacional de país, encarnado en un proceso político -afianzado en una década-halló en el pueblo un apoyo inédito y singular. Así, el cambio de estilo, que no de fines entiendo yo, va a tener incidencia en la relación con los múltiples sectores de una sociedad compleja como la nuestra.

Un cambio de estilo sugiere, sobre todo, formas de liderazgo de un presidente, en un país que exhibe una rutina histórica: centrar en el gobernante rasgos propios de su personalidad, capacidad política, carisma, empatía social con los más pobres o el academicismo decimonónico que ciertamente se acabó a fines del siglo pasado con figuras -atrapadas tras bastidores- como la de Jamil Mahuad, por ejemplo. Incluso el liderazgo puede pensarse como “el estilo es el hombre”, al tenor de lo que dijo Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, en el siglo XVIII y que aludía a un modo de sintetizar en el individuo virtudes que ha alcanzado su ser social para cambiar, acaso, su rol político concreto.

Hoy mi objetivo es definir la fase política inaugurada hace poco, es decir, interpretar dos palabras que el presidente Lenín Moreno ha situado en el escenario: estilo y diálogo.

Por supuesto, el estilo de Moreno contrasta con el de Rafael Correa, pero no lo anula: sus esferas y su sustrato social son distintos y su exposición, en situaciones específicas, también. Ergo, el diálogo, la amplitud de su comprensión, sí es algo influenciado por el papel político (contenido en el estilo) del nuevo mandatario.

En todo diálogo el perfil de los partícipes (sean dirigentes, representantes del poder económico, voceros de partidos o movimientos políticos, portavoces de algún sector mediático, actores sociales o activistas) está mediado por la herramienta fundante de la condición humana: la palabra; porque la palabra, trocada en ideas y propósitos –por no decir intereses-, da sentido a pretensiones, verdades y falsías; incluso proyecta lo que no puede o no se deja ver –adrede- de los interlocutores.

Desde que Moreno se convirtió en presidente electo y luego desde su posesión, la mano tendida, la innovación del estilo y la invitación al diálogo han sido asumidas por ciertos líderes de la oposición, como una propuesta en la que ellos ganan la potestad de delimitar temas y fines del diálogo. Incluso, una parte mediática, en su ejercicio de lanzar guiños a Lenín, declara que se debe volver al pasado comunicacional. O los dirigentes sociales anteponen condiciones para, tal vez, empezar a diseñar la (su) libreta de diálogo.

Creo que la apertura ha de ser entendida en una dimensión política de márgenes posibles y convenientes -solo- para la sociedad en su conjunto y no para parcelas privilegiadas –o vulneradas- por los entresijos históricos. Eso implica que el diálogo, a más de ser de doble vía, debe exponer agendas (de cada interlocutor -gobierno y demandantes-) y su realización pautas y obligaciones mínimas.

Una cosa es el estilo y el diálogo abierto, otra muy distinta ‘gobernar’ desde la oposición con resabios y/o coacción económica, política o retórica. (O)

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