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El Telégrafo
Antonio Quezada Pavón

¿Es bueno un mundo urbano?

01 de diciembre de 2016 - 00:00

Ya somos 7.000 millones de personas en el planeta Tierra. Y debido al acelerado crecimiento de la población, escuchamos que más y más gente vivirá en ciudades (o megaciudades). Pero, ¿cómo esto realmente luce y cómo cambiará el mundo? En 2050, 70% de la población mundial será urbana. China y la India tendrán 1.000 millones de personas viviendo solo en ciudades. Pero la realidad es que desde 1990, más del 75% de la población de Estados Unidos ya vive en ciudades. Y para las siguientes dos décadas se unirán a esta cifra Francia, España, Inglaterra, México, Corea, Australia y Brasil.

A pesar de que la cantidad de chinos e indios viviendo en ciudades es inmensa, todavía no alcanzaría la proporción actual de estos países. Es decir que India y China, con una densidad del 50% al 75% en 2050, recién lucirían como Estados Unidos de los años 80. Si esto es bueno o malo, depende de lo que estemos hablando: favelas o invasiones urbanas o comunidades inteligentemente diseñadas; áreas ligeramente pobladas de eficiente agricultura, o campos subdesarrollados con agobiante pobreza. Y esto no se puede dibujar en un mapa de competitividad y de crecimiento demográfico. Las zonas superpobladas crecen como burbujas que batallan una contra otra, aunque sea para captar la atención mundial, aparte de que realmente compiten por comida, vivienda y salarios dignos. Al final la creencia es que todo va a ir bien.

Hay una dinámica compleja que está relacionada con las ciudades y la innovación, lo cual probablemente defina el curso de la sostenibilidad, por lo menos de una manera pesimista. Los estudios demuestran que la gente que vive en las ciudades tiende a ser más eficiente en términos de consumo de energía. Sin embargo, el exceso de energía es normalmente dirigido hacia mayor crecimiento, lo cual significa que las ciudades no reducen su huella de carbón. Pensándolo bien, lo que se ahorra en no tener un carro por vivir en la ciudad, probablemente se consuma en otras cosas que necesitan de la generación de energía. Pero hay una trampa dorada en esta asunción: el mismo metabolismo incremental de las ciudades es el secreto de su gran innovación. Mientras más gente haya en un área, y mientras más densamente se unan en sus redes, los mayores emprendimientos se crean y más patentes se aplican. De esta manera, las ciudades pueden drenar masivamente recursos, pero asimismo crean chispas de innovación que probablemente originen la próxima revolución verde ecológica sostenible.

Pero queda un asunto por discutir: la fealdad de nuestros entornos urbanos donde vivimos. No podemos desestimar la cantidad de desolación que generamos en nuestros ciudadanos con horribles sitios urbanos. Y definitivamente tenemos que hacer algo mejor en términos de arquitectura y diseño urbanístico si queremos continuar un proyecto de civilización citadina en forma global. Y de esto no se escapa ninguna ciudad ecuatoriana. No se cómo describirlo, tal vez el ‘arrabal del automóvil’ que es cuando nuestras ciudades se despatarran por expansión. De una forma muy irresponsable hemos colocado increíbles cantidades de recursos en crear lugares dentro de nuestras ciudades que nadie está realmente interesado en cuidarlos. No les hemos dado un significado bello a estos lugares, lo que podríamos llamar un sentido de pertenencia a estas zonas de la urbe.

Las ciudades serán los lugares donde viva la mayor cantidad de gente en el futuro, por lo cual, para que realmente den valor a la vida humana deben ser construidas casi como piezas literarias, usando el vocabulario, gramática, sintaxis, ritmo y modelos de arquitectura para que diariamente nos informen quiénes somos. (O)

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