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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

El misterio del tiburón

15 de mayo de 2017 - 00:00

Uno de los encantos de vivir es hallar en el camino eso que se llama misterio. Un halo rarísimo que sitia a personas, estancias, conductas, recámaras, objetos, espejos; más noches que días. Como un tiburón de mar en calma que sin sacar del todo su testa acecha y aguarda. El misterio de vivir es un desafío que nos enfrenta a la historia o al destino. Dos palabras que se enredan fácilmente en el frenesí de descubrir una señal espiritual en medio de tanta razón y sinrazón. Vivir es un misterio pero una vez que se vive -se nace- otros misterios florecen en los senderos de los humanos que los condicionan a pensar, a creer, a dejarse llevar, o a correr despavoridos por una sombra que estuvo demasiado cerca y que semeja el fantasma forjado en el miedo de la niñez.

No obstante, hay otros misterios: simples, prosaicos pero insondables. Saber qué piensa la gente, qué siente, qué hará, que decidirá, a quién querrá, a quién odiará, a quién perdonará, a quién traicionará, a quién olvidará, a quién castigará. Al parecer la fría tarde de este sábado en que escribo, ahíta de lluvia y grises celajes, me empuja a pensar que el misterio de la condición humana nunca evocará un final feliz o infeliz y que más bien su vigor, rotundamente existencial, es parte de la búsqueda de un sol permanente que una vez alcanzado todos querrán extinguir porque la penumbra, la noche, la tiniebla, son tan necesarias para cotejar los propios soles y lunas del corazón compasivo. El misterio es secreto y duda; compañías persistentes de la evolución humana.

En estos días de política intensa -y obscena a ratos- se ha creado el misterio alrededor de lo que hará Lenín Moreno cuando se posesione. Un misterio ideado por la perfidia de los códigos políticos conocidos desde la Grecia clásica, pasando por Maquiavelo hasta hoy, y que alimentan la especulación de lo que podría ser historia o destino de un proceso que se debate -anotan- entre continuidad, estilos y liderazgos. Sin embargo, ninguno de esos atajos -apenas descripciones- explica que el misterio en política es un arma de varios filos y que el lienzo es, a veces, muy grueso para cercenar pensamientos, decisiones, afectos, odios, perdones, traiciones, olvidos, castigos, aciertos. El misterio en política funciona como un tictac que acumula muchos tiempos en el presente y que cruje, perturbado, ante la noción experimental del timing político, es decir, el ritmo calculado de una decisión y la reacción externa (buena, mala o impávida).

Hoy no saber el timing de Moreno, a pocos días de la investidura presidencial, es el misterio político peor operado por quienes aseveran ser sus rivales, camaradas, paracaidistas y amigos (todos potenciales, por cierto); porque no es el timing sino la política la que emplea -sin distinción- el misterio y lo gestiona, casi como travesura, para/contra adversarios y prosélitos.

Ay, el misterio, ¿qué sería la vida y la política sin el misterio, la malicia, la virtud, la tensión, la zozobra? Quizá un sigiloso océano donde algún tiburón saca la cabeza a ver si la tierra seca oculta un misterio que su especie no conoce o no ha logrado tragarse todavía. (O)

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