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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

El macrismo y las malas compañías

28 de abril de 2017 - 00:00

En una semana en la que se ha ventilado en los medios -siempre con sordina- varios casos de corrupción que involucran a funcionarios de la alianza de gobierno en Argentina (salida del jefe de Policía de la ciudad de Buenos Aires por presunto cobro de coimas, parecida situación de un funcionario ministerial del área de Obras Públicas en provincia de Jujuy, donde además se tuvo que echar al secretario de Comunicaciones por chantaje a los medios locales), también se destacan sordos ruidos de fricciones dentro de la coalición oficialista.

La derecha engendra monstruos, con tal de enfrentar a lo que supone como ‘peligro populista’. El rechazo a lo popular es tal, que en nombre de oponerse a gobiernos como el de Cristina Kirchner, el de Evo o el de Correa, cualquier recurso se toma como bueno. En nombre del supuesto odio que adscriben a los gobiernos populares, pretenden que su propio odio exhala los perfumes del amor. Su violencia no les parece tal, y también la justifican en la violencia -a menudo imaginaria- que ellos creen advertir en los gobiernos del detestado populismo. Por cierto, las estadísticas sobre mejoras sociales en educación, salarios, vivienda o salud, no suelen ser parte de lo analizado a la hora de hacer juicio sobre la pretendida ‘maldad intrínseca’ que caracterizaría a los gobiernos populares.

Lo cierto es que, para la derecha, contra su odiado populismo, todo vale. Siendo así, se hacen alianzas contra natura: juntemos cualquier cosa, con tal de ganar la elección. Después se verá.

Y claro, “cuando el caballo camina, puede verse por dónde renguea”. De modo que si esa alianza llega a ser gobierno, se notarán las fisuras, el oportunismo de haber juntado agua con aceite, el hecho de que lo único que liga a algunos es ser ‘antigobierno popular’. Y nada más. El rechazo a lo popular los enceguece, y más que ser esto o aquello, son simplemente ‘antikirchneristas’, ‘anti-Evo’, y así siguiendo.

El resultado, son los Frankenstein que aparecen. Hoy, la astuta y pintoresca candidata oficialista en ciudad de Buenos Aires (Elisa Carrió) se lanza en una ofensiva temeraria contra el jefe de la Corte Suprema de Justicia, donde el PRO (partido de Macri y la derecha más rancia) no quiere ir. Pero ambos se unen contra la UCR en Capital -partido que es el que más votos nacionales ha aportado a la coalición- para impedir que pueda presentar (siquiera en elecciones primarias) un candidato alternativo, el hasta hace un mes embajador en Estados Unidos, Martín Lousteau.

Como hay elecciones legislativas este año, abundan las zancadillas y los pases de facturas. En el Chaco, provincia norteña, fue al revés: la UCR zurró al PRO y lo dejó fuera de la alianza. Los perdidosos fueron a la justicia, pero allí también resultaron perdidosos.

Mientras, Alfonsín -hijo del expresidente, con parecidas ideas pero mucho menor talento- llama a la UCR a sacudirse el yugo del PRO, y exige algún poder de decisión para su partido en un gobierno que no los tiene en cuenta. Y llueven críticas en voz baja, ante la entrada a la universidad de la Policía de Jujuy, con un gobernador que es de la propia UCR, pero que está colonizado por la derechización total del PRO.

Hay desorden en el gallinero, qué duda cabe. Lo que se juntó con un dudoso pegamento muestra sus obvias fisuras. A mediano plazo, la suerte de la alianza oficial -como alianza que no podrá seguir como tal- parece echada. Y mientras, el Gobierno no representa a todos los que lo votaron, sino solo a una minoría: los millones de electores de la UCR ven cada vez más cómo hicieron llegar al Gobierno a un invento político del que, en todo lo decisivo, no se les permite formar parte. (O)

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