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El Telégrafo
Oswaldo Ávila Figueroa, ex docente universitario

El límite de los derrotados

17 de junio de 2017 - 00:00

Los derrotados, principalmente la cúpula, en su frustrada intención de recuperar espacio y volver a la era de la rapiña neoliberal, aprovechan del apretón de manos y la invitación al diálogo del presidente constitucional, Lenín Moreno, para incursionar por los sectores de la administración pública y, como si fueran los triunfadores de la jornada electoral, pretenden e insisten en imponer su tesis y programa fuera de la realidad nacional. Plantean absurdos, como la derogatoria de la Ley de  Comunicación, el indulto o amnistía de todos los enjuiciados, sancionados, y prófugos, implicados en hechos delictivos, y conociendo que no obtendrán una respuesta categórica, allí entrará a funcionar su estrategia para rearmar la oposición beligerante y conspirativa.

En lo referente a la seguridad en el país, recordemos que la delincuencia abarca la apropiación de bienes ajenos, robos, asaltos callejeros, atracos a los fondos públicos, crímenes, tráfico de drogas, violaciones y terrorismo. Ha sido costumbre culpar al régimen de la Revolución Ciudadana, de ese aterrador azote social que conmueve a todos los países del orbe. No entienden que la lucha contra esos males es global y titánica, profunda desde el origen y sus consecuencias, con la participación de todos, a plazo sin límite, hasta su erradicación.

“La Policía Nacional es una institución estatal de carácter civil, técnica y, profesionalmente jerarquizada, cuya misión es atender la seguridad ciudadana, el orden público y proteger el libre ejercicio de los derechos y la seguridad de las personas dentro del territorio nacional”. Los operativos policiales han dado excelentes resultados, a la vista de los ciudadanos, aunque cierta prensa privada, con su sistema sensacionalista, destaca hechos delictivos y crímenes pasionales, en su intento por oscurecer la eficiente labor policial en el gobierno del Buen Vivir.

Es una verdad de aceptación generalizada que la lucha contra ese terrorífico mal es tarea de todos, decidida y permanente, pero cada colaborador debe hacerlo desde su ámbito y competencia, para evitar torcidas interpretaciones. El aporte debe ser límpido, transparente y patriótico, sin ánimo oculto de restarle relevancia ni menoscabar el accionar específico de la Policía Nacional.

Se entiende -así lo confirman sociólogos y juristas- que la delincuencia, en todas sus manifestaciones, se origina inevitablemente en la caduca y añejada estructura social. Crece y se desarrolla en los barrios de miseria, por la falta de valores y de respeto a la vida. No olvidar que esa distorsión de comportamiento humano se oculta en el medio de los poderosos; mientras el delito callejero se lo dimensiona en la prensa privada y al infractor se lo persigue implacablemente.

Los adherentes a la cruzada por la seguridad deben considerar que el endurecimiento de penas y la represión solo ayudan a bajar el índice delictivo y que es indispensable ampliar acciones en otros campos, apoyo a la educación, fortalecer la institución familiar, fomentar la práctica de valores y ofrecer plazas de empleo. La responsabilidad mayor corresponde al gobierno del Buen Vivir, por lo que dentro del proceso de cambio ha invertido inmensos recursos y aplicado estrategias para derrotar esos males y asegurar seguridad y bienestar a los ecuatorianos.

La Policía Nacional cumple en extremo con su deber: precautelar bienes y vida de los ecuatorianos, pero se requiere el aporte de todos, a la cabeza el gobierno de la Revolución Ciudadana, instituciones, ciudadanos de buena voluntad y la prensa privada, pero sin politizar el tema de la inseguridad, como arma de los derrotados. (O)

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