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El Telégrafo
Jorge Núñez Sánchez - Historiador y Escritor

Discurso electoral y falsía política

05 de enero de 2017 - 00:00

Comenzó la carrera por la Presidencia. Y la nueva campaña presidencial viene cargada de discursos en los que menudean las críticas al Gobierno y las ofertas indefinidas, pero escasean las ideas, al menos las ideas coherentes.

El banquero, que critica todo lo que antes alababa, promete reducir el tamaño del Estado, suprimir los nuevos impuestos y reducir el gasto público, y al mismo tiempo ofrece atender más y mejor a los niños y adolescentes y fortalecer la educación pública. Es una evidente contradicción, pues no se ve cómo puede el Estado desarrollar una amplia obra social si al mismo tiempo renuncia a sus ingresos y despide a sus empleados. Queda evidenciada la demagogia.

Parecida es la demagogia de la candidata socialcristiana, que critica la obra del actual Gobierno, pero promete regalar la electricidad a los pobres, obviamente aprovechando las hidroeléctricas recién construidas. Eso es lo que el pueblo llama “ganar indulgencias con padrenuestros ajenos”.

Y de modo parecido estructuran su discurso los diferentes candidatos, incluso aquellos que quieren mostrarse de centroizquierda, pero hacen promesas neoliberales por un lado y ofertas populistas de izquierda por otro.

Empero, el discurso más audaz e irresponsable es el de un joven candidato que asoma último en las encuestas electorales y quiere saltar hacia delante mediante el ardid de prometer la pena de muerte para los delitos atroces. Es verdad que esos delitos invitan a la idea de una mayor sanción para quienes los cometan, pero no deja de ser repudiable la propuesta de imponer la pena de muerte, combatida por todos los Estados civilizados del mundo y por la legislación internacional.

Todo esto nos lleva a reflexionar sobre el discurso político, que nació como un mecanismo de difusión de ideas y educación política de las masas, pero ha terminado por convertirse en un simple recurso de agitación electoral, que los medios masivos amplifican según sus conveniencias.

El discurso bien estructurado es una fuente formidable de información política y de formación de tendencias ideológicas, alrededor de la cual se forman vigorosas corrientes de opinión. Pienso en el discurso político de Rafael Correa, que es escuchado cada semana por sus seguidores, que hallan en él una verdadera escuela popular de economía política.

Bien visto, el discurso político ecuatoriano es un yacimiento arqueológico de antiguos modos de pensar, de viejos símbolos, de añejos testimonios culturales. En fin, plantea ideas explícitas e ideas ocultas, pensamientos definidos y propuestas difusas, que buscan empatar con las ambiciones personales y los anhelos colectivos de la gente.

De ahí que el discurso político de los candidatos de derecha sea voluntariamente ambiguo y difuso, ofrezca a las masas unas esperanzas generales, pero evitando tratar asuntos muy concretos. Claro está, se trata de un discurso que enmascara el verdadero proyecto político, especialmente de los candidatos de derecha, que se autoproclaman redentores del pueblo, pero en realidad solo piensan en beneficiar sus intereses personales y los de su clase.

Ellos quieren que el Estado no sea el reino de la razón, sino de la fuerza; no el reino del bien común, sino del interés de su clase y de su grupo; no el promotor del bienestar de todos, sino de los que ejercen el poder. Esa es la parte oculta de su discurso político. (O)

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