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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

Derecha y posverdad

06 de enero de 2017 - 00:00

The Truman Show es un filme que mostró, de manera sutil a la vez que clara, la forma en que los medios de comunicación ‘nos hacen’ mentalmente, nos convencen del mundo que ellos quieren que veamos y -más aún- logran que todo nos parezca ‘naturalizadamente’ como ellos nos lo presentan.

Aquella metáfora por la cual un hombre es solo parte de un reality show dentro del cual cree haber nacido y hecho toda su existencia (es decir, él funciona según un guion ajeno que desconoce) nos recuerda algunos pensamientos borgeanos acerca de si no seremos un sueño soñado por Dios; solo que, en este caso, seríamos un sueño inventado por los medios masivos de comunicación.

El poder de estos reside en disimular su poder; todo poder demasiado evidente se deslegitima. De modo que, como los medios no gobiernan ni forman parte del Estado, muchos creen ingenuamente que ellos son inocentes, que carecen de peso, e incluso llegan a pensar que son solo víctimas de los poderes políticos oficiales, sin advertir las ligazones de las empresas privadas de medios con el poder económico, los capitales internacionales, la geopolítica del imperio, la ideología hegemónica y los negocios del presente manejados -según les convenga- con el oficialismo o con las oposiciones políticas de turno.

A la hora de ‘hacerte la cabeza’, de producir el espacio social de las significaciones, los medios no son el cuarto poder: son el primero. Y no cabe duda de que la sociedad -no necesariamente Estados ni gobiernos- irá encontrando modalidades de poner coto a un poder que lentamente se ha salido de sus cauces iniciales, pues con las nuevas tecnologías estamos expuestos permanentemente al bombardeo mediático, de un modo que ni el peor pronóstico de El ciudadano, de Orson Welles hubiera podido adivinar.

La sociedad es hoy aquello que la metáfora de Baudrillard captó bien: un monumental simulacro, un plexo cuasi-infinito de significaciones sin referente ni realidad que las apoye, una especie de monumental ciencia-ficción que nos domina.

Dentro de ello, la pretendida novedad de la noción de ‘posverdad’ no es tal. Hace rato que estamos en lo ‘posverdadero’. Ya no se trata del “Miente, miente, que siempre algo quedará” que se atribuye a Goebbels, sino de un “Miente, miente, que -si lo haces desde los grandes medios- jamás nadie podrá advertir tus mentiras”. Menos aún refutarlas, claro.

Trump ganó mintiendo sobre Hillary: las aclaraciones posteriores de nada sirvieron. En Argentina, un gobierno con más de 50 causas iniciadas por corrupción en solo un año, el macrista, convence con juegos visuales de TV que la única corrupción -si la hubo- fue la del gobierno anterior. En cualquier país latinoamericano, la derecha ideológica usa los medios para ganar elecciones atacando -a veces de la manera más burda y artera, incluso con cuestiones de índole personal- a cualquier opción nacional-popular, o incluso a la de un Estado mínimamente protector y redistributivo.

Salgamos de nuestro propio Truman Show. Que cuando despertemos de él no sea demasiado tarde para cada uno de nosotros, o para la suerte de nuestros países y nuestros pueblos. (O)

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