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El Telégrafo
Eduardo Fabregat

Columnista invitado

Cuarteles de invierno

01 de septiembre de 2017 - 00:00

Se lo esperaba con la ansiedad de ver el gran final de una temporada magnífica, el cierre de una tanda de episodios que imprimió una nueva dinámica a la serie. Se lo esperaba, también, con la melancolía previa a una larga espera hasta el reencuentro con una historia monumental. Se lo esperaba, punto. ‘The Dragon and the Wolf’ pagó toda la espera.

El Muro cayendo pero sin música de Pink Floyd sino con un Night King a lomos del Flying Dead Viserion y su chorro de hielofuego azul, y una impactante horda de muertos saboreando el momento, fueron el moño perfecto para la séptima temporada de Game of Thrones. Aquí es donde terminan todas las intrigas palaciegas y las pujas de clanes: los muertos superaron el único obstáculo que los retenía más allá del Norte y vienen por todo, en total silencio y sin las dudas y tramoyas de los vivos. Hace 6 años, en el debut de la serie, Ned Stark pronunció por primera vez la frase “Winter is coming”.

El solitario copo de nieve en el guante de Jaime Lannister fue la prueba de que el invierno llegó hasta King’s Landing, y amenaza con quedarse. El episodio más largo en la historia de la serie de HBO dejó tela para cortar como para matizar el extendido aguante hasta la temporada 2018. Fueron 80 minutos inolvidables, con un nivel cinematográfico ya naturalizado y con el combo que se hizo habitual este año, el balance ente escenas épicas y momentos de intimidad que permitieron el lucimiento de los actores. Porque GoT es un dragón barriendo con una pared gigante de hielo (¿Perdimos a Tormund y a Beric? ¿En serio?), pero también ese impecable reencuentro entre Cersei y Tyrion Lannister, mucho más que un pase de facturas entre hermanos que se detestan.

La Reina fue también una de las jugadoras del encuentro cumbre en el Pozo de los Dragones, un escenario nunca antes visto, allí donde habían languidecido las últimas bestias de los Targaryen. La triunfal entrada de Daenerys en Uber Dragón no impresionó demasiado a Cersei (“Si algo sale mal, mata primero a la puta platinada”), pero aquella estúpida misión de Jon Snow al menos rindió los frutos de impresionar a unos cuantos con el muerto vivo, demostrando que hay cosas más urgentes que ver quién se sienta en el Trono de Hierro.

Todo en ese largo pasaje tuvo la tensión necesaria: los encuentros entre Pod, Bronn y Tyrion y la mirada frente a frente de los Clegane; el diálogo sobre Arya Stark entre The Hound y Brienne; la bravuconada de Euron; el perverso interés de Qyburn en ese brazo muerto vivo, el acuerdo final... hasta que Jon Snow, que no puede con su manía de romper todo en el bazar, tiró abajo el frágil pacto. “¡Podrías mentir de vez en cuando!”, le enrostró Tyrion: señores Benioff & Weiss, maten a quien quieran, pero por favor nunca, nunca nos priven del enano gigante.

Pero quizá la mayor satisfacción de ‘The Dragon and the Wolf’ no estuvo en esa cumbre de líderes sino en el paisaje nevado de Winterfell. Cuando todo indicaba que se pudría todo entre las hermanas Stark, Sansa y Arya armaron una parodia mucho más convincente que la de Euron y le dieron salida al más artero jugador de la serie.

Tras 7 episodios impecables, entonces, todas las piezas están dispuestas para la última partida. En el medio habrá que bancar un largo invierno de espera. Valar Morghulis. (O)

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