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El Telégrafo
Alfredo Vera

Crimen de guerra

01 de noviembre de 2016 - 00:00

La terrible noticia de que en la localidad de Idib (Siria), una bomba caída sobre una escuela asesinó a 22 niños y 6 profesores, evidencia hasta dónde puede llegar la criminalidad de una absurda guerra en la que todos pierden y que no tiene otro destino que el dolor y la tragedia.

También se informa que a esa cifra se agrega la registrada de 519 menores asesinados en diferentes combates, que corren con esa perversa suerte y nadie da cuentas de ello y, sobre ellos, los gobernantes de las naciones involucradas hasta hoy no comprenden que el camino para resolver los diferendos no pasan por las balas y las bombas, sino por los diálogos y las mutuas concesiones.

Las intervenciones de gobiernos ajenos a los problemas, entregando armas de grueso calibre a grupos rebeldes, provoca la crisis de gobernabilidad y fomenta el terrorismo inmisericorde que acuchilla a personas arrodilladas y con las manos amarradas, con el mismo desprecio a la vida y la justicia, como cuando bombardean una escuela y asesinan a niños inocentes.         

Los organismos de naciones que supuestamente se unen para velar por la armonía y la defensa de los derechos humanos se tornan impasibles ante estos acontecimientos y no asumen actitud alguna, como para que intenten por lo menos frenar, ya que no pueden impedir, que estos tremendos conflictos sigan ocurriendo, violando todo principio de solidaridad, de humanidad.

Las jerarquías de las iglesias de todas las creencias religiosas deberían unirse y formar un bloque de presión, para tratar de frenar la irracionalidad y la crueldad que campean en esas zonas del mundo y conminar, junto con la ONU, la Unión Europea y cuanto organismo pertinente exista, para que se respeten las leyes de la convivencia humana.

Parecería que toda la experiencia que vivió el mundo con el desate belicista del nazi-fascismo y las olas de terrorismo que han conmovido a la conciencia universal no hubieran despertado en esta gente la necesidad de crear alguna fórmula que obligue a los países que intervienen  ante el fomento de los grupos terroristas para que no actúen, como lo hacen ahora en Siria y otras regiones en ese sector.

Además de Siria hay otras áreas donde los terroristas hacen de las suyas, para satisfacer esos sentimientos de venganza que los anima para unirse y atentar contra los empresarios, los sindicatos, los órganos de gobierno, sin tener ningún consenso para agredir a terceros, que no tienen nada que ver con este conflicto.

Ojalá que estas tragedias sirvieran de lección a los grandes países, para que cesen su intervencionismo y la agresión a las personas inocentes de esta catástrofe, motivada por el odio y el fanatismo,  lo que  resulta absurdo, irracional y causante de esa criminalidad perversa,  despiadada, y sería un atenuante para que el dolor y el duelo terminen, puesto que tales males deben estar hiriendo a los seres racionales.

Los gobernantes de los países no involucrados en esta batalla sin justificación deberían levantar sus voces de solidaridad para con las familias de esas inocentes criaturas que murieron, víctimas de la ceguera atroz, del odio despiadado e injusto, que tanto destruye a la naturaleza humana. (O)

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