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El Telégrafo
Juan Montaño Escobar

¿Adiós o bienvenido, Lenin?

28 de junio de 2017 - 00:00

El nombre impide el anonimato de los individuos en los procesos civilizatorios. Aunque la insensatez reemplace a la comunidad en lo progresivo con el culto a la personalidad.

El nombre fija la individualidad o es “santo y seña, para poder hablar con las estrellas”, según Nicolás Guillén, en el poema ‘El apellido’. Los nombres tienen algún sentido premonitorio, es expresión estética nominativa de madres y padres (dicen que hay nombre bonitos), es la perpetuación del familiaje o como, en mi caso, una elección rápida; el drama de los nombres ocurre después. Son tiempos leninistas por el centenario de la Revolución de Octubre y por uno de los líderes, Lenin (Vladimir Ilich Ulianov), también por la cantidad de Lénines en las listas electorales ecuatorianas. Este jazzman al menos votó por tres: Lenin Plaza, Lenin Hurtado y Lenín Moreno.

Esto de los nombres tiene sus conexiones misteriosas, en serio, hay personas que lidian con tres, al menos sé de amigos que eligieron cargar con uno. Don Bolo tenía tantos nombres como países liberados, decía llamarse Simón José de la Santísima Trinidad, etc. Hay quien con solo uno es castigo intemporal y la feliz casualidad del pseudónimo lo convierte en trade mark. Lenin se llamó Vladimir (significa: ‘dueño del mundo’ o ‘poseedor de la paz’) y durante su destierro en Siberia encontró uno de los apelativos más famosos del mundo. Se deriva del río Lena, de los más importantes de Asia, por ese origen se le carga de significados fluviales: vigoroso pensador, arrastre de simpatía, amistad sin término, etc.

Por los nombres, una persona podría nacer varias veces y morir otras tantas; ser la maldición de un presente o la bendición en un futuro; ser la contradicción de la actividad cumplida o el error del destino propuesto. A los nombres se adhieren las historias con sus narrativas, filosofías y sus imaginarios populares. ¿Lenin o Hitler? Uno con sus jams benefactoras o el otro con destructoras. Sus significaciones para perpetuar en calles, monumentos o porciones de territorios. Han levantado y derribado estatuas de

Lenin, pero aún se leen sus libros, se discuten sus ideas políticas y este año de jubileo revolucionario acarrea conversatorios para santificar aciertos y justificar errores, dogma de por medio.

Ahora es menos publicitado ser marxista-leninista; el crucifijo de la hoz y el martillo, la bandera roja y las citas de Lenin fueron arrinconadas en los años 90 del siglo pasado y vimos sus libros de la Editorial Progreso de Moscú apiladas para el recolector de basura. Y los portadores del nombre ruso, ¿qué sintieron? Pasó el aguaje. Llamarse Lenin es de respeto, hasta de presidente de la República y asambleísta.

El leninismo del ruso, sin el nombre, estuvo en las aplicaciones de Hugo Chávez (El Estado y la revolución), Rafael Correa (cambio de época con aquello que había y distanciamiento de ciertas fuerzas sociales) y Evo Morales (mejoramiento de la idea de las nacionalidades). (O)

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