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El Telégrafo
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Un nuevo espacio cultural se instala en el Malecón del Salado

Para el autor de esta iniciativa, el director y actor Jaime Tamariz, “el terreno ganado al escenario es para todos, para el encuentro, para crecer como ciudad”.
Para el autor de esta iniciativa, el director y actor Jaime Tamariz, “el terreno ganado al escenario es para todos, para el encuentro, para crecer como ciudad”.
Foto: William Orellana / El Telégrafo
19 de junio de 2017 - 00:00 - Redacción Cultura

Entre el centro y el norte de Guayaquil, al pie del estero, en el Malecón del Salado, hay tres teatros que huelen a nuevo: Microteatro, Sala La Bota y Las Tablas. Antes, aquí, cuando la regeneración urbana construyó el espacio, funcionaron discotecas que   cambiaron de nombre con el tiempo hasta que no quedó ni una. Ahora, esta es una zona cultural a la que llaman La Bota por su composición geográfica.

El director y actor Jaime Tamariz es uno de los autores de este cambio. Hace cuatro  años Tamariz adecuó la oficina de su productora Daemon, en el barrio Miraflores, para presentar obras de pequeño formato. Ahora, ese Microteatro es parte de esta zona cultural. Para Tamariz “el terreno ganado al escenario es para todos, para el encuentro, para crecer como ciudad. Es verdad que uno se debe entretener como en una discoteca, pero esto nos permite entender cómo somos las personas, para reírnos de nosotros mismos, no solo es esparcimiento”.

Un grupo de chicos se aproxima  a la cartelera. “¿Qué es un stand up comedy? ¿Qué significa stand up?”, pregunta un universitario a sus amigas. “Stand up. Parado”, le contestan. Aquí viene gente que nunca ha ido al teatro. “La referencia más próxima es la televisión, o Pop Up (un teatro-café)”, dice Itzel Cuevas,   actriz y directora mexicana que llegó al país hace 10 años y que ha visto la forma como han crecido los espacios para el teatro desde las iniciativas, sobre todo, privadas.

Otros lugares, como la Casa Arawa del grupo de Teatro homónimo que funciona en la Universidad de Guayaquil permanece cerrada. “Es curioso cómo una institución universitaria le corta recursos a una compañía como esa”, dice Cuevas sobre el desconocimiento de la universidad de la agrupación, la cual se encuentra en un limbo jurídico, desde su intervención, así como el coro de la misma.

A pesar de que el panorama público para los gestores culturales parecía quebrantado en el plano cultural, Tamariz y Fundación Malecón 2000 establecieron una sociedad por el teatro. Durante un tiempo, que el director no quiso especificar, Tamariz y Francisco Pinoargotti administrarán bajo concesión los espacios del Malecón del Salado, con el objetivo de ganar un nuevo público para la ciudad y fijar una plataforma de entretenimiento.

Es la primera vez que esto ocurre en Guayaquil. El teatro en la ciudad ha vivido de estallidos. En la década del 80 se abrieron varios espacios que,  por un tiempo, agitaron la escena. Estuvo El Teatro Experimental, dirigido por Marina Salvarezza, El Juglar o El Candilejas. Ninguno de estos existe hoy, aunque sus realizadores siguen trabajando de manera dispersa.

“Nunca he ido al teatro, pero he escuchado de algo que se llama Pop-Up ¿Eso es teatro?”, dice un posible comprador frente a la boletería de La Bota. Él quiere una entrada para el stand up comedy de Lucho Mueckay. “Lo que intentamos es que sean obras de teatro y no simplemente pequeños sketches divertidos. Queremos que tengan un contenido, que sea una propuesta teatral. Queremos y esperamos lograr que esto no se vuelva farandulero, que no sea la comedia y cualquier cosa de cualquier improvisado que escribió una obrita en quince minutos, y ya”, dice Cuevas.

Para Marina Salvarezza, la aparición de este nuevo espacio cultural es un hecho que hay que aprovechar y mantener. Piensa que puede decaer si la gente llega al sitio solo para consumir bebidas o alimentos, así se convertiría en algo “mediocre” o “chabacano”.

La estrategia, como se ha propuesto desde el inicio, debe ser la diversidad. “La característica de La Bota es ofrecer un teatro cómico, dramático y de cabaré. Muchas personas no van al teatro porque le tienen pavor; este lugar da la posibilidad de romper este prejuicio. Es una propuesta muy apegada a la característica del público guayaquileño”, dice Salvarezza.

Aaron Navia, publicista, periodista y actor español que vive en el país hace dos años, se arriesgó a montar la obra de uno de los mayores autores nacionales: Un hombre muerto a puntapiés, de Pablo Palacio. Él se viste con un atuendo japonés y recrea con una especie de manta el rostro indefinido del muerto sobre el cual trabaja Palacio. A excepción de algunas líneas eliminadas de la obra, el texto se dramatiza fiel al original.

Navia considera fundamental haber llegado a Guayaquil en un momento como este, en el que todo parece estar en efervescencia. Después de la función, en la que salió victorioso al repetir al pie de la letra las palabras de Palacio a pesar del ruido que se filtró de las otras obras, dice “Y si les gustó, cuéntenselo a todo el mundo”. Las cuatro mujeres que asistieron al estreno de esta obra aplauden de pie. Ese final se repite en cada propuesta. Seguro se lo contarán a todo el mundo, porque lo que funciona aquí, más que la publicidad de la que se puede rodear el lugar, “es el boca a boca”, dice Tamariz. (I)

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