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La biblioteca de Carlos Camacho Gómez busca un lugar apropiado

Carlos Camacho Gómez, en una de las últimas fotografías que se hizo junto con su nutrida biblioteca.
Carlos Camacho Gómez, en una de las últimas fotografías que se hizo junto con su nutrida biblioteca.
Fotos: Archivo / El Telégrafo
16 de febrero de 2017 - 00:00 - Redacción Cultura

Carlos Camacho Gómez se fue quedando ciego sin remedio poco antes de morir, en 2009, a causa de una diabetes agresiva. Pese a esta fatalidad, se dio tiempo para acumular y crear una biblioteca que llegó a superar los 20.000 libros.

Aquel hecho -su fallecimiento- se dio justamente rodeado de esos libros que le sirvieron para llegar a ser lo que fue: maestro, escritor, gestor cultural, y amigo de grandes, como Benjamín Carrión, Ángel F. Rojas, Demetrio Aguilera, Pablo Neruda, entre otros.

De su primer compromiso le sobrevive solamente su hija Deyanira Camacho Toral, quien evoca la pasión de su padre desde Lima, Perú, en donde vive y trabaja en la Secretaría General de la CAN (Comunidad Andina de Naciones).

“Desde niño mi padre tuvo un apego natural por los libros y la lectura. No recuerdo que haya podido conservar uno de la época de su juventud debido a que en la dictadura de Rodríguez Lara los militares destruyeron su biblioteca. Luego, lograría consolidar otra importante biblioteca en Venezuela -donde se desempeñó como periodista y profesor universitario de 1974 a 1979-, la misma que fue robada de su casa”.

Deyanira recuerda que su padre tenía especial apego por las letras de Hemingway, Joyce, Dostoievski, Tolstoi, Camus, García Lorca, Poe, García Márquez, Rulfo, Vargas Llosa, Borges, Vallejo, Cela, Benedetti, entre otros. Destinaba muchas horas a leer sobre las historia del arte y cada tanto releía El Quijote, La Divina  Comedia y La Odisea.

Quizá su último trabajo vinculado con la difusión cultural lo desarrolló en diario Expreso, en donde puso en marcha el programa educativo ‘Libérame’, destinado a estudiantes de secundaria.

Hasta allá trasladó buena parte de sus enciclopedias. Una vez finalizado ese proyecto por cuestiones    de baja ‘rentabilidad’ para ese medio debió regresar con ellas hasta su casa de las calles Víctor Manuel Rendón y General Córdova, en donde tenía habilitado un piso y varios cuartos para conservarlas.

Su hija precisa que, consecuente con su formación, “cada página de sus libros estaba al alcance de cualquier persona. Para él, un libro no era un adorno, era la vida en papel. Cuando alguien le solicitaba uno de ellos, él, además, le daba otros relacionados como, por ejemplo, estudios relacionados escritos por otros autores. Todo con el fin de ampliar el universo de conocimientos”.

Dentro de las muchas historias en torno a sus libros, recuerda que cierta vez contrató a una asistente nueva y su primera misión era limpiar y ordenar la biblioteca.

“Cuando mi papi regresó, la persona había ordenado los libros por colores y por tamaños. Recuerdo ver dibujado en su cara un signo de interrogación y luego no saber si reír o enojarse.  Terminó sonriendo al ver la cara de felicidad de su asistente, quien estaba orgullosa de su iniciativa”.

Una de las personas que tuvo contacto directo con esos libros es la escritora Cecilia Ansaldo, quien reconoce: “En la pasión de Camacho se gestó mi propia entrega a la literatura ecuatoriana”.

Tras su deceso, los libros de Camacho no han encontrado un lugar que los acoja merecidamente. Según su viuda, Marlene Mora, algunos han sido donados, pero la mayoría permanece en cartones, en una casa de Urdesa, a la espera de un mejor destino. Uno de ellos sería la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Manabí.

Según su hija, conociendo cómo era su padre, está segura de que hubiera querido que todo fuese donado a una escuela o colegio de escasos recursos económicos. (I)

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