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Del mundanal ruido dialoga entre los mundos ficticios del trópico

El historiador de arte, Rodolfo Kronfle, hizo la selección de las obras a partir de una convocatoria abierta para hilarlas en varias reflexiones sobre lo tropical.
El historiador de arte, Rodolfo Kronfle, hizo la selección de las obras a partir de una convocatoria abierta para hilarlas en varias reflexiones sobre lo tropical.
Foto: José Morán / El Telégrafo
26 de septiembre de 2017 - 00:00 - Redacción Cultura

La Suerte y Apitatán dibujaron señales de la ciudad, rostros y entornos de quienes transitan por el Palacio de Cristal. Todos son similares, no se distinguen orígenes, ni siquiera la autoría de los artistas que intervinieron en una pared blanca convertida en el fondo de los autorretratos de los visitantes de un festival multidisciplinario (el Funkafest).

A 10 pasos del mural de seres desconocidos están las estéticas populares del movimiento GRSB (Gráfica Revolucionaria para Simpatizantes Burgueses). El movimiento, fundado por el artista y diseñador guayaquileño Oswaldo Terreros, en 2009, satiriza mensajes políticos, esta vez desde la parte central de la plaza pública que en algún momento fue el Mercado Sur, con la serie ‘Mensajes políticamente correctos’.

Delante de un cartel que solo por casualidad es rojo, negro y amarillo, como cualquier partido popular ecuatoriano, la gente se cuela para tomarse una foto y tener como mensaje de fondo: “En la reproducción del consenso radica nuestra resistencia”; o en la contraportada, con el lema “Lumpen mata a lumpen”.

Para Rodolfo Kronfle, el curador de esta muestra que lleva como nombre Del mundanal ruido, una de las interrogantes que se plantea Terreros es “si puede haber dentro del capitalismo consciencia de clase y también cómo funcionan estos carteles en medio de un contexto festivalero en una ciudad donde se quieren asumir estéticas del grafiti y el arte urbano como parte del capital”.

A otros 10 pasos, dentro de una de las cabinas del Palacio de Cristal, se confunden las estéticas de la ciudad. El artista brasileño Marlon de Azambuja expone un trabajo de su serie ‘Brutalismo’, basado en los materiales de construcción de Guayaquil: los arcos medios, los romboides, las maquetas cuadradas, y los ladrillos marrones y grises.

El colectivo Gwyqll, conformado por ilustradores, diseñadores, músicos y fotógrafos, montó una instalación en la que deshicieron y replantearon la ciudad. Foto: William Orellana / El Telégrafo  

Detrás de la intervención de Azambuja, encerrada entre los vidrios, está el deterioro de las construcciones con los pilares caídos que componen gran parte de la estética de Luis Chenche, en la serie con la que ganó el Premio París, en la última edición de la Bienal de Cuenca.

Las señales de la ciudad se convierten también en la obra de Chenche, en llantas gigantes en desuso, rellenas de basuras; en fotografías de sombras arquitectónicas que componen los grandes edificios de aquellas ciudades que compiten con el cielo por ser metrópolis, idea que se repasa en las imágenes del fotógrafo Vicente Muñoz.

La ciudad también puede ser un bus de colegio abandonado, detenido y carcomido por el tiempo y la maleza, como, en algún momento, sintió el artista guayaquileño Tyrone Luna, después de dejar los pasillos de la educación básica, repleta con frases hechas como aquella que utiliza en neón para exhibir el carro deteriorado que lo transportó en el colegio: ‘Sin conciencia de nada sirve la inteligencia’.

Los escenarios del trópico también son las caricaturas históricas de Virgilio Salinas replanteadas por Daniel Chonillo, sobre el cristal.

Chonillo fabula con el poder rodeado de caballos sobre elefantes como en una de las viejas teorías de la creación del universo. Los caballos llevan atada la primera versión de Juan Pueblo, en la miseria.

Las estéticas tropicales están repletas de superhéroes en decadencia, como la obra de Raymundo Valdez; de aspiraciones de liderazgo, como los libros que utiliza el artista David Orbea para apropiarse de la lógica simétrica de ese discurso marketero; de ideales educativos, que se desconectan con mensajes televisivos, en la idea de Maureen Gubia.

La ciudad que se construye y deconstruye constantemente abunda de casualidades risibles como el hombre ‘popeye’ que aparece en las fotos de Ricardo Bohórquez como logo de gimnasio; o los mangos que caen por los tejados en el video ‘Zincfonía Tropical’, de los artistas Donna Conlon y Jonathan Harler.

La urbe no está exenta de la mirada científica y eurocentrista que pretende romper el fotógrafo Gonzalo Vargas con su recorrido con los diarios de Charles Darwin.

El colectivo Gwyqll, conformado por ilustradores, fotógrafos y diseñadores, intenta replicar la entropía que mueve a la ciudad a través de una instalación de cañas, baldes de metal, con sensores y registros sonoros de la ciudad. La intervienen, detonan los ladrillos y con ello generan la posibilidad de replicar los ruidos de los golpes. Asustan a un público que no está acostumbrado a ver toda la decadencia de la ciudad junta.

“Creo que en la muestra hay un sentido de lugar, de lo micro a lo macro, de lo que somos en el trópico”, dijo Kronfle sobre el montaje que duró dos días en el Palacio de Cristal, en el marco del Funka Fest. (I) 

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