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El Telégrafo
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En el inicio de su obra mezcla el método serigráfico con el acrílico

Andy Warhol construyó su fama procrastinando a la muerte

Andy Warhol construyó su fama procrastinando a la muerte
25 de febrero de 2017 - 10:42 - Redacción Cultura

Andy Warhol procrastinó su muerte. El 3 de junio de 1968 la activista feminista, fundadora y único miembro de la Sociedad para eliminar a los hombres, Valerie Solanas, le disparó a matar de pura rabia.

Dos años antes había conocido a Warhol y le insistía en producir una obra de teatro que ella escribió. A Warhol el guion le había parecido tan obsceno que, le dijo, sospechaba que trabajaba para la policía y que su propuesta era una especie de trampa. El día que Solanas se reencontró con Warhol le disparó.

Hasta el final de su vida Warhol usó un corsé quirúrgico por las heridas con las que sobrevivió 
 
Su muerte se produjo hace 30 años, el 22 de febrero de 1987, tras una operación de vesícula, en un hospital neoyorquino. La familia levantó una demanda por negligencia médica pero Warhol, con 58 años de edad y en el pico de su carrera, ya estaba muerto.

Warhol no hablaba de la fecha de su nacimiento. Aunque se registra el 6 de agosto de 1928, él mismo la alteró una y otra vez. Tal vez fue un método para concentrarse en la vida y no en los años.

Lo cierto es que Andy Warhol no ha muerto. Sus admiradores siguen su proyecto: procrastinan su muerte. Warhol, uno de los precursores más importantes del pop art, de la década de los 60 sigue vivo en imágenes y la música que representan su época.

Warhol nació de una pareja de migrantes checoslovacos, en Forest City, Pensilvania. Tras graduarse como Bachelor of Fine Arts en el Carnegie Institute of Technology de Pittsburg en 1949, se mudó a Nueva York. A los 21 años empezó a trabajar como diseñador publicitario. Casi de inmediato se convirtió en uno de los mejor pagados del medio e inició las bases de su posterior trabajo artístico.

En sus primeras obras Warhol alterna y, en ocasiones, mezcla el método serigráfico con el acrílico sobre papel o tela para colocar como elemento central de su relato una botella de Coca-Cola, una caja de sopas Campbell’s, otras de duraznos Del Monte o tomates Heinz. La alteración de sus íconos se reconoce de inmediato, sin una operación analítica de por medio.

Para la crítica Lelia Driben, el trabajo artesanal de Warhol es una acción que lo separa de su antecedente ineludible, el ready made de Marcel Duchamp. “Los objetos iconizados cuestionan esa misma iconicidad para construir una acción mimética que borra toda intermediación con la cosa reproducida. Se trata de un borramiento que exacerba su eficacia ilusionista cuando el artista volumetriza los materiales citados. Warhol, insisto, no analiza, informa sobre lo ya conocido, complace al espectador (y al coleccionista) con los objetos que este tiene a la mano constantemente. Parodia y cree en aquello que está parodiando, cree gozosamente”, dice Driben.

“Una foto significa que sé dónde estaba en cada minuto. Por eso hago fotos. Es un diario visual”

Warhol usó una Polaroid Big Shot, un objeto preciado entre sus seguidores. La mayor parte de sus fotografías eran retratos de gente conocida y de sí mismo. Ahora sus fotografías serían selfies colgados en Instagram. Aquella metódica práctica por retratar la mirada de sus allegados se constituía en el boceto central de sus posteriores cuadros. 

Su afición por la imagen lo llevó a explorar a través de distintas fórmulas. Warhol además de convertir su pop art en un ícono reconocible y mutante exploró con el cine. Durante toda su vida hizo 650 películas experimentales. Sin cortes detuvo su cámara frente a simples acciones humanas.

En Sleep, su primer trabajo cinematográfico, graba a un hombre durmiendo durante ocho horas. Seguramente Warhol no esperaba que nadie pasara frente a la pantalla viendo dormir a un hombre. Repite el proceso en filmes como Eat y Hairtcut. “Cualquier cosa que tenga que ver con la vida humana está bien”, decía Warhol. 

Sin anticiparse a su muerte temprana pero jugando con ella, Warhol utilizaba frecuentemente en sus últimos retratos de una calavera. Tal vez como una forma de enfrentarse a ella, atraerla y a la vez pensar procrastinarla.

“En el futuro todos tendremos quince minutos de fama”

Warhol creía en el futuro como el  todas de la visibilización. Tal vez en los tiempos que corren le sería más fácil replantear la iconografía comercial en una cuenta de Instagram, Facebook o Twitter.

Sin embargo, para el escritor español Félix Romero la fama es un humanismo. “Una fantástica construcción cultural: como el amor o como la literatura, aunque no tan poderosa. No hay fama en la naturaleza. Solo hay fama en la naturaleza en las películas de dibujos animados. La fama no puede ser regulada por la administración del Estado. No todos podemos ser famosos. Como no todos podemos ser escritores o toreros o estrellas del porno”. Para Romero la fama que plantea Warhol, repartida como la cara de Mao en todos los colegios de su país para ser reconocible, es inhumana.

Tal vez el proyecto más grande de Warhol por la fama fue el que construyó en 1963, The Factory. El lugar se pensó como un estudio de arte. Estaba ubicado en un cuartel de bomberos pintado de plateado y cubierto de papel aluminio, el cual estaba impregnado por su obra artística, música y gran actividad, convirtiéndose en el lugar de moda. Reunió a su alrededor a una amplia gama de artistas, músicos, escritores y personajes conocidos del underground neoyorquino. (I)

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