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Luis Chóez y su arte atraen a los peloteros

 Con mucha precisión, Chóez trabaja en su local ubicado en el centro de Guayaquil
Con mucha precisión, Chóez trabaja en su local ubicado en el centro de Guayaquil
Cortesía: Jefferson Sandoval
24 de agosto de 2017 - 00:00 - Jéfferson Sandoval - Estudiante de Facso

Uno de los deportes que más practican los guayaquileños es sin duda el índor. Cada fin de semana varios grupos de amigos le dan un toque de pintura a la cancha, arman los arcos y forman sus equipos, pero algo falta: el balón. Lo más importante ha quedado destrozado desde el último encuentro y es hora de comprar uno nuevo para seguir el “peloteo”.

Juan Álava, de 26 años, se dirige hasta la calle Aguirre, entre José de Antepara y Av. del Ejército.

Su afición por los balones de índor cosidos a mano lo motivaron a reservar uno donde Luis Chóez, artesano que aprendió el oficio de su padre hace más de 50 años, y que, hoy en día, lo ha convertido en más que un simple trabajo.

Chóez, de 72 años, cuenta que al principio la confección de maletas era la labor que emprendía con su padre, pero cuando cumplió 12 el auge de los balones de fútbol y de índor comenzó a llamar su atención, entonces decidió aprender el cosido que demanda  hacer uno de ellos.

Cortes, tijeras y costuras

Antes de arrancar con un balón prepara los cortes con el cuero en forma de pentágono y hexágono, que son la base de todo esférico y que pueden ser de diferentes colores, pero nunca faltar el blanco. También debe enhebrar dos agujas con piola nylon que servirán para unir cada uno de los pedazos.

Una vez realizado ese proceso se coloca sus manoplas para no herirse con la piola; se sienta en su pequeña banca, junta sus piernas para detener la mordaza (parecida a una pinza grande) que sostiene el balón, y comienza con un abridor a realizar un pequeño orificio en los extremos de los cortes, cruzando las agujas con el nylon y apretándolas.

Al día puede hacer dos balones, pero cuando era más joven alcanzaba a terminar entre 4 y 5.

 “Antes lo más difícil era preparar la piola porque en ese tiempo no había nylon, sino fibra de algodón, piola de trompo o caña”, revela Chóez mientras continúa cosiendo.

El valor de aquella artesanía está entre  $ 8 y  $ 12, y aunque solo maneja balones cosidos a mano también vende y repara balones sintéticos que llevan sus clientes.

Al local llegó Saúl Torres, de 35 años, para adquirir uno de estos balones. “Me gusta la calidad y el trabajo que él pone en cada uno de ellos, además de que duran más que uno sintético”, explica el joven quien llegó desde el sur con su pequeño hijo.

Hasta hace 30 años las pelotas eran fabricadas con cuero animal, pero en 1960 la revolución textil favoreció al fútbol cuando el cuero sintético usado en la fabricación de ropa se implementó para producir el primer balón sintético.

Desde ese momento, los esféricos  sintéticos han sido su mayor competencia, revela Chóez. Si bien trató de promocionar el cuero nuevamente, sus clientes le reclamaron por la dureza de los mismos. “Que les dolían los pies o eran muy pesados, decían, por eso ya no los hago”.

Al preguntarle a Chóez cuántos balones ha hecho a lo largo de su vida no para de reír y comenta: “Yo tengo más de 50 años trabajando en esto, y digamos que solo realizaba 4  diarios, cinco días a la semana, queda en usted sacar la cuenta”.

A su local han llegado futbolistas antiguos de la era de Barcelona que ya poco recuerda.

No mantiene ningún balón especial porque todos han sido vendidos. No obstante se acuerda con nostalgia de su hermano, Galo Chóez (+), con quien aprendió también el oficio.

Lo más triste para este artesano es que a su avanzada edad nadie ha querido continuar con esta tradición. Muchos, como él asegura, la consideran agotadora y poco remunerada. Sin embargo, siempre da las gracias de haber aprendido este noble arte, pues sin él no sabría de qué estaría viviendo ahora. 

Su labor empieza a las 08:00 y concluye a las 16:00, y aunque ahora ve su trabajo como un pasatiempo espera seguir haciéndolo hasta el final de sus días porque un balón para un niño, joven o adulto es el inicio de una gran historia.

Jorge Ramírez, de 62 años, y quien habita en la 12 y Colón, es uno de sus clientes más fieles.

Cuenta que desde 1974 le compra a Chóez balones de índor. 

“Mis vecinos los prefieren porque se puede jugar al ras del piso y no salta mucho. Eso permite tener mayor dominio. Además son más duraderos y baratos”.

A su local llegan todos los días decenas de compradores. Algunos se llevan de media docena en adelante. “Mi trabajo se garantiza solo. Yo no hago publicidad”. (I)

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