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Las costumbres funerarias de los Salasacas reviven cada noviembre

Las costumbres funerarias de los Salasacas reviven cada noviembre
Foto: Roberto Chávez / El Telégrafo
02 de noviembre de 2016 - 15:33 - Redacción Regional Centro

Noviembre es sin duda uno de los meses más importantes para el pueblo Salasaca, ubicado en el cantón Pelileo de Tungurahua. A más de diciembre, cuando se realiza la fiesta de los Capitanes, allí en estas fechas tiene lugar una serie de excepcionales costumbres funerarias que llaman la atención de propios y extraños.

Se trata de la celebración de Finados, festividad sincrética que conjunta el recordatorio católico de Todos los Santos y la ancestral remembranza andina de los difuntos. Peregrinaciones hacia el cementerio, ornamentación de los nichos con flores y frutas, ritos gastronómicos en las tumbas, y rezos en idioma quichua, son algunos de los elementos que componen esta remembranza.

Mercedes Maliza, adulta mayor de 78 años, arribó a las 08:00 del miércoles 2 de noviembre de 2006 al cementerio de esa localidad, situado a un costado del Paso Lateral de Pelileo. A esa hora decenas de vendedores de rosas, claveles, margaritas, azucenas y más especies florales de la zona, ya habían instalado sus coloridos puestos a fin de proveer a los visitantes.

“La tradición indica que se debe llegar al panteón a las 08:00, hora en la que el sol ya empieza a calentar la Tierra. Vistiendo las mejores galas, los familiares de personas fallecidas deben llevar a las tumbas y nichos grandes ofrendas florales y frutales con las que se honra al fallecido; a la vez que pintan y arreglan las cruces de cada sepulcro, mismas que aseguran la entrada del muerto al cielo”, dijo.

Lejos de lo que se podría pensar, la ingesta de licor también forma parte de la jornada. Junto a los puntos de expendio de flores se ofertan además bebidas alcohólicas como cerveza, vodka, ron y alcohol puro.

“Es costumbre que los jefes de cada hogar beban al menos 5 tragos de licor, preferentemente puro (pájaro azul o anisado), antes de ingresar al cementerio. Esto con el fin de evitar un ‘mal aire’ o molestia de algún espíritu que no ha recibido sepultura, a un integrante de la familia pues cada 2 de noviembre llegan al lugar niños, adolescentes, adultos y ancianos”, señaló Francisco Poaquiza, del sector Chilcapamba.

Desde este barrio de Salasaca el miércoles llegaron cientos de personas con grandes ollas de colada morada, guaguas de pan, papas hervidas, melloco, habas y carne de pollo así como de cuy.

“Uno de los ritos menos entendidos por los mestizos de esta fecha es la ingesta de comida cerca de la tumba. Esto se hace con el propósito de hacer partícipe al alma del difunto en la fiesta. Aunque estén muertos la esencia de nuestros seres queridos y amigos, están presente en los árboles, plantas y el mismo aire del panteón”, agregó Poaquiza.

Este acto tiene lugar tras la limpieza de cada tumba, y en presencia de todos los integrantes de la familia, es decir esposa, marido, hijos, padres y hermanos del fallecido. En caso de que el muerto no haya dejado descendencia, el ritual lo hacen solo sus padres o uno de ellos.

Turistas estadounidenses, españoles, italianos, entre otros, llegan cada año para presenciar estos rituales que además incluyen procesiones al interior del cementerio. Las familias Salasacas que profesan la religión católica suelen, a más de dejar ofrendas florales en cada tumba, recorrer el cementerio en medio de rezos en quichua, con un objeto especial que en vida tuvo el fallecido.

“Algunos llevan las prendas de vestir preferidas del finado, otros alpargatas, sombreros, pañuelos y hasta discos de la música preferida. Tras dar varias vueltas por el panteón, el rito termina con una misa colectiva que se realiza en medio del cementerio, a mediodía”, señala Marcela Loaiza, del pueblo Salasaca.

Feligreses de otras confesiones religiosas, como la evangélica, también tienen su celebración con ciertas variantes. En este caso, los deudos no realizan ni las peregrinaciones ni la ingesta de comida cerca de los nichos.

“Esto porque según el dogma protestante, el alma y espíritu del fallecido reposan en lugares celestiales y no regresan a la Tierra. Lo único que realizamos es la limpieza de la tumba, un recordatorio de las virtudes del fallecido, una oración para pedir fortaleza al Creador para superar su ausencia y depósito de ofrendas florales, nunca de frutas”, aseguró Lorena Miniguano, del barrio San Francisco.

Además los adeptos de esta confesión tampoco participan de la ingesta de licor ni de las ceremonias religiosas al interior del cementerio. Algo que sí es común entre todos los Salasacas que visitan las tumbas de allegados es el embellecimiento de las cruces y lápidas. Para ello usan pintura de color blanco y negro, para remarcar el nombre del fallecido, año de nacimiento y deceso y la tradicional frase que se coloca en el mármol de la tumba.

Estos rituales se realizan desde las 08:00, hora en la que se abre el panteón, hasta las 20:00, desde el e de noviembre hasta fin de mes. (I)

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