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El Telégrafo
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Fundación reinventó sus planes para ayudar

Los chicos reciben refuerzo escolar y educación en valores que les ayudan a proseguir con sus metas.
Los chicos reciben refuerzo escolar y educación en valores que les ayudan a proseguir con sus metas.
Foto: Roberto Chávez / El Telégrafo
03 de diciembre de 2016 - 00:00 - José Miguel Castillo

El letrero de la Fundación Jesús me Ama sigue colgado de la pared en el 05-32 de la calle Luis A. Martínez y Bolívar, en el centro de Ambato.

A las 09:00 las cortinas lanfor se desenrollan y es posible ver la nueva realidad de este sitio que se inauguró hace 19 años en el mismo lugar. Fue abierto para ayudar con alimentación, refuerzo escolar y educación cristiana en valores a niños y adolescentes que provienen de hogares trabajadores y de recursos escasos.

En sus mejores tiempos atendía a más de un centenar de chicos. Pero hace casi 3 años la crisis económica mundial influyó para que la ayuda solidaria que llegaba de Estados Unidos se suspendiera totalmente, de pronto y sin aviso previo.

“Llegamos al punto de decidir si seguíamos por nuestra cuenta o cerrábamos. Optamos por lo primero y no nos arrepentimos, pues confiamos en la bondad de Dios.

Claro que tuvimos que hacer ajustes”, explica sin abandonar la sonrisa bondadosa Yolanda Jijón, directora de esta fundación solidaria.

Un adagio dice que “la necesidad es madre del ingenio” y en estos años las personas que quedaron como colaboradores y voluntarios decidieron cosechar lo que sembraron.  Allí mismo abrieron un espacio para ofrecer el servicio de internet y de cabinas telefónicas. Así mismo venden helados, reciben botellas recicladas y exhiben las sábanas y edredones que confeccionan las madres de familia, las cuales fueron capacitadas en esta organización cuando vivían tiempos de bonanza.

Una maestra los atiende

A las 14:00, en la primera planta, 5 niños y niñas, aún con sus uniformes escolares, tienen abiertos sus cuadernos sobre una pequeña mesa, delante de la oficina de la directora. Inés es la profesora que les ayuda con las tareas.

Ella tiene mucha paciencia con los menores. Les explica las composiciones gramaticales y los ejercicios de matemáticas con un tono dulce en la voz. Los chicos no dejan de moverse sobre los asientos blancos de plástico, pero aun así se concentran y se esfuerzan por comprender lo que la maestra les dice.

“Son chiquitines que necesitan de guía en sus vidas y en sus labores de escuela. Aquí tratamos de compensar lo que no reciben en casa por la ausencia forzada de sus padres”, añade Inés. Son 25 los muchachos que arriban allí, algunos en la mañana y la mayoría en la tarde.

Confeccionan mantas

Entre los niños y adolescentes que acuden cotidianamente está María (nombre protegido). Es la hija de Rosa quien hace 2 años sufrió un accidente de tránsito en la vía a la parroquia Quisapincha cerca de Ambato. Nadie conoce los detalles.

La realidad es que Rosa quedó cuadrapléjica y su esposo, estibador en el Mercado Mayorista de Ambato, tuvo que echarse al hombro todo el peso de la manutención de los 5 hijos y su cónyuge.

Por eso María no deja de asistir al refuerzo escolar, aunque se hayan suspendido los almuerzos que antes se saboreaban con apetito y alegría. “Quiero estudiar y ser profesional para ayudar a mi mamita”, es la frase que apenas alcanza a articular antes de que se le quiebre la voz.

El local en el que sigue funcionando la fundación es propio y a pesar de no ser muy grande y ostentoso cuenta con 3 pisos y una ubicación estratégica. De ahí que la oferta de sábanas y edredones fabricados allí se haya convertido en la principal fuente de ingresos. Esta y la solidaridad ciudadana que, según Jijón, llega en distintas formas.

“No pedimos caridad queremos que compren nuestros productos. Ese sería el gran aporte de la comunidad. Trabajamos con materiales de primera y los acabados son excelentes. También tenemos manteles de mesa grandes y pequeños, bufandas, bolsos, chambritas. Los precios de las sábanas van de $ 22, $ 26 y   $ 28 y los cobertores en $ 45, $ 50 y $ 65”.

Las gestiones de apoyo en entidades estatales no prosperaron, pues les dijeron que más bien estaban cerrando proyectos y no podían apoyar acciones nuevas.

“Confío mucho en Dios, en la solidaridad de la comunidad y en este esfuerzo que estamos haciendo. Tengo fe que con el tiempo reabriremos el comedor, pues son chicos hijos de estibadores, ayudantes de venta de tortillas y jugos, desbrozadores de granos que trabajan todo el día con remuneraciones tan bajas y que, sin embargo, aprendieron a vivir con eso”, dice Jijón. (I)

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